domingo, 12 de octubre de 2008

Pero veamos, hombres: sois libres.

Moisés García Hernández

No enredarse con la faz de las opciones. Escoger
de buen talante
el punto propio en el rigor de los 8 x 20 de los templos. Sopesar
las tres rutas,
todas las rutas,
con desemboque justo al manicomio.

Pruébese primero, calíbrese primero,
el visaje plúmbeo peligroso
y el filo éste visceral,
un llanto antes del suicidio.

Por gratísimo favor,
mídase la soga, fírmese el acuerdo de la altura;
no vaya a dar en vano el hueso al suelo,
y con ríos de agua viva
en interior.

¡Cántese, pero cántese, al adjudicado
tesoro celeste, de bajarse propiamente el seso,
con cuál de las creíblemente hermosas!

Muévase a columpio equilibrante
las funcionales grutas de relojes mil,
- tictaqueros pretendientes de tu horario,
ese canosísimo imposible -.

Búsquese,
entre olores de sangre fallida,
el ceño poderoso,
crucial de propiedad,
a la medida altiva de un, ése no es mi hijo!

Ah, ya habrán retenido éste mi sabor,
dulciagrio de lo irónico,
en que nunca paladar vivió común
razón, ni agua bifurcose a números alternos.


(Un día como este,
pero emplumado,
y de lúcida tinta diluviante, el águila de Nietzsche rugió: N…)